El otro día te ví llorando más de lo habitual. Estabas sentada con las piernas cruzadas. Frente a ti los fantasmas de tu pasado con aires de tragicomedia. Mientras, murmurabas algo que sonaba al Volver de Gardel y ellos se empezaban a reír. Te dijiste que nunca más volverías a hacerlo. No lo podías evitar. Así que Gardel se apoderó de ti y volviste a lloriquear. Los fantasmas fueron a lavar las sábanas con las que se cubren para que te sonaras con un dulce aroma a Mimosín, el oso que no da cariño. «Malditos muertos hijos de puta«, pensaste.
-¿ Si estáis muertos por qué volvéis tan a menudo?
– Porque sin ti, dejamos de existir.